2.2.12

16 de enero 2012, San Cristobal de las Casas

A penas inicié mi viaje y ya estoy muda de asombro. Ayer, bajando del avión tome la loca decisión de ir al cañón del sumidero en Tuxtla. Es una maravilla de la naturaleza por donde tiene su paso el río Grijalva. Lo primero que vi fue la Playa de los zopilotes, que son unos pájaros carroñeros. El río Grijalva viene desde Guatemala y desemboca en el Golfo de México, así que pasa por cintos de municipios antes de llegar a Tuxtla, esto provoca que a lo largo de su recorrido se junten toneladas de basura y animales, los zopilotes se encargan de quitar los animales muertos.


Después de ver a los zopilotes, me mostraron las tres paredes que son la carta de presentación del cañón.  Cuando vi esa panorámica supe que ya lo había visto antes.
Ahora que lo pienso hay lugares en los que me da por sentir que yya los  había visitado, pero en ninguno  me he sentido tan ‘lugareña’ como en Oaxaca.
No me cansé de tomar fotografías mientras iba en la lancha. ¡Por cierto! Casi olvido mencionarlo: en el transcurso de un solo día utilice varios transportes, los más diversos, creo que han sido más que en le transcurso de mi vida taxi- camión- avión- taxi- lancha- hiking- lancha- combi.
Durante el paseo en lancha me mostraron el llamado árbol de navidad que es nada más que una formación de rocas tapizada de musgo. Es una pequeña cascada en una de las paredes del cañón que, según contó el lanchero, en época de lluvias presenta la mayor población de musgo, tanto que le hace parecer un pino navideño. Pude tomar ahí una de las fotografías más bonitas que he en mi vida.



Después llegué a la presa hidroeléctrica de Chicoasén que es considerada uno de los mayores logros de la ingeniería mexicana. Mi tío Pablo, que murió hace un par de años, me contó que de joven participo en la construcción de la presa. Al estar ahí no pude dejar de sentir un estremecimiento en su memoria.
El lanchero paró en un muelle que me hizo pensar que era el mismo muelle que había visto en la serie Niño Santo. Se detuvo para que todos los que habían comprado la entrada al parque bajaran de la lancha y comenzaran la aventura. Yo fui una de ellos.     
Nunca había viajado en lancha. (A decir verdad el único transporte acuático en el que había estado fue una banana en el puerto de Acapulco y recuerdo haber tenido tanto miedo como el que piensa que después del 11-S todos los aviones serán secuestrados.) Así que bajar de ella fue toda una odisea. Vi como lo hacían las demás personas y reuniendo un poco de fuerza de voluntad puse un pie fuera de la pequeña embarcación y a medio camino sentí que no iba a poder hacerlo. Finalmente un hombre muy caballeroso me dijo que me ayudaría y bajó conmigo de la lancha.

Durante la semana que pasé en casa de mi madre no pude evitar pensar que este año me toca trabajar muy duro para ‘pagar’ de alguna manera a la vida la oportunidad que me da con este viaje. Me preocupa un poco estar dándome tantas libertades.  Veces hasta me da un poco de miedo. Está bien, lo llamaré culpa.

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