11.4.11

Del 96

Hoy pongo acá el borrador de un texto. Es a penas el comienzo de algo que quiero que crezca y que se va a editar para quitar pequeños errores.

Dice mi mamá que cada año íbamos a la feria. Yo no lo recuerdo porque en ese entonces era muy pequeña y mi memoria funciona de mis siete años a la fecha. En casa hay una foto en la que estoy sentada en ‘Kit, el auto increíble’ junto con mi hermano y mi papá, esa es la constancia de que, efectivamente, de pequeña visité la feria. Pero mi primer recuerdo de una visita es a los ocho años. Mis primas mayores fueron a pedir permiso a mi mamá ‘para llevar a la beba a la feria’, mi mamá les tenía mucha confianza y les dijo que sí. De inmediato mis primas me bañaron y me pusieron un vestido blanco con cerecitas, me hicieron dos coletas en el cabello que amarraron con unos listones rojos y partimos. Me acuerdo que el camino se me hizo eterno porque no sabía en dónde estaba, me sentía muy ansiosa, y por fin llegamos. Nada más recuerdo ver la pared café de la fachada, por aquel entonces todavía medía menos del metro con cincuenta así que yo entré gratis. Había mucha gente ahí. Todo mundo caminaba, se escuchaban risas de niños y grandes y de momento yo no entendía todo lo que pasaba. Una mano tomó la mía y empezamos la caminata. Recuerdo haber visto el letrero que anunciaba a un hombre lobo en el circo, también me acuerdo de haber visto un escenario en donde había unos muchachos tocando y mucha gente coreando las canciones. Mis primas se detenían donde podían y compraban muchas cosas, a mi se me antojó una manzana con caramelo que en cuanto la pedí me dijeron que no porque iba a ensuciar mi vestido. La verdad era que llevaban a la ’beba’ para apantallar a sus novios. Toda la tarde fui como un adorno, una extensión de mis primas que no podía ni pedir ir al baño porque seguramente habría una negativa. Pero ser un adorno no me impidió observar. Yo no sabía que justo ése día era especial. Antes de  las ocho de la noche, ya cansada y con ganas de volver a mi casa, toda la gente se empezó a reunir en la plaza del centro de la feria. Unos señores empezaron a subir por un poste altísimo y luego comenzó a escucharse la música de una flauta; ya cuando los hombres estuvieron en la punta del poste empezaron a volar. ¡Qué libertad debían sentir los señores! ¿Cómo le hacían para volar si no tenían alas como los pájaros? ¡Se van a estrellar en el piso! Me sentía maravillada y muy atraída por lo que estaba viendo. En realidad, no daba crédito porque yo sabía que los hombres no podían volar si no era en avión. Los señores que volaban, cuando estaban a punto de llegar al suelo se fueron incorporando hasta que lo primero que tocó tierra fueron sus pies, así evitaron un golpe fuerte. Se escucharon aplausos de todos los espectadores y después silencio. Unos minutos después algo estalló y en seguida algo más y después una serie de estallidos que no se detenían, yo no alcanzaba a ver lo que sucedía enfrente, pero arriba muchas luces de colores adornaban el cielo. Rojo, dorado, azul, verde, blanco, así se iban sucediendo los colores en el cielo, parecían otras estrellas unas más brillantes, con más vida que las blancas pálidas que normalmente nos vigilan. Algo me invadió, lo sentí entrar desde mi cabeza y recorrer cada parte de mi cuerpo para salir luego por la punta de los pies, después volvió a entrar. Me dieron unas ganas inmensas de reír y de saber qué era aquello. Le pedí al novio de una prima que me cargara. Me levantó por encima de su cabeza y pude ver, frente a mí, con esas mismas estrellas de colores, unas letras grandes que decían ‘FERIA LEON 96’.

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