1.2.11

De la infancia

¿Por qué no somos niños de nuevo?

Me acuerdo que cuando tenía ocho años a mi papá le entró la gana de convertirse al cristianismo. Fue una buena época para nosotros porque realmente tuvimos un cambio favorable en la vida de familia. Mi papá nos llevaba cada domingo a la iglesia y yo realmente lo disfrutaba, sobre todo porque cuando salíamos, siempre había comida con mucha carne y refresco. Me acuerdo también del primer cambio de iglesia. Cerca de la casa había un lugar en donde podíamos acudir al culto y mi papá decidió que era lo mejor para acortar gastos. El primer domingo me pasaron a la escuela dominical para niños, me senté en una mesa junto a la ventana y ahí, junto a mi, había dos niños más Fernando y Daniel. Fue la primera vez que decidí cambiar el nombre que usaba, a partir de ahí he sido Rosalba por decisión, ya que antes, usaba mi primer nombre, Amada, por imposición. Con ellos pasé el resto de mi infancia. Cada domingo nos veíamos y después del culto, salíamos corriendo a buscar qué dulces comer, después íbamos a casa de alguno (bueno, nuestros papás nos llevaban) y las tardes se nos iban volando. Unos meses después, me corrieron del colegio en el que iba y empecé a acudir a la escuela pública de la colonia, en donde éstos dos personajes fueron mis compañeros. Con Daniel entablé una linda relación, más que con Fernando. Los fines de semana en la noche, mis papás nos llevaban a cenar hamburguesas en su casa y siempre nos quedábamos hasta que terminaban de vender, después les ayudaba a lavar trastes o fregar el piso, pero hasta eso lo disfrutábamos, éramos niños, éramos muy felices.
Por esos tiempos aún nos dejaban dormir juntos. Recuerdo que nos gustaba molestar a su hermanito porque temblaba cada que contábamos historias de terror o escuchábamos 'La mano peluda' en su habitación. Sus papás pasaban mucho tiempo de su noche intentando hacer que durmieramos, cada veinte minutos decíamos 'ahora sí ya vamos a dormir' y no cumplíamos.
Cuando entramos a la secundaria se acabaron esas noches, ya no nos fue posible dormir en la misma habitación puesto que yo ya era una señorita y el un jovencito y no era propio. Aún así, nos veíamos siempre que podíamos en la escuela y algunas veces, por las noches, me iba a visitar a mi casa con otro amigo suyo. Teníamos grandes pláticas, él era mi confidente, le contaba todo.
Me gustaba cuando iba en la noche porque implicaba un cambio en mi rutina diaria y además me acompañaba a la tienda a comprar la leche, siempre era bueno tener con quien platicar mientras esperaba que me atendieranb, además, de noche en la tienda del güero siempre había mucha gente.Cuando daban las once de la noche mis papás me llamaban adentro y nos teníamos que despedir.
Eran buenos esos tiempos.
Cuando terminamos la secundaria, las cosas empezaron a cambiar, ingresamos a diferentes escuelas y mi papá decidió cambiar de iglesia, así que ya no nos veíamos ni los domingos. Algunas veces yo iba a buscarlo en la noche, pero como él era el mayor de sus hermanos tenía que ayudar más en el negocio de la familia y no teníamos tiempo de platicar.
La comunicación entre nosotros se perdió poco a poco, hasta que un día, sin darnos cuenta, había transcurrido más de un año sin vernos ni hablarnos, aún viviendo a una cuadra.
Hoy me arrepiento de eso. A estas alturas, después de más de diez años de habernos conocido, casi no podemos habñar porque nuestros tiempos no se acomodan. Vivo en otra ciudad, él tiene mil actividades que hacer y yo realmente extraño su compañía. ¡Era tan bueno ser niños!

No hay comentarios:

Publicar un comentario